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Hottest water — Grupal Karr (5/5)

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Mensaje por Iris Raleigh Mar Mar 21, 2017 3:20 pm

El sol resplandecía con tal fuerza que parecía que lo poco que había de agua en Karr fuera a evaporarse en un solo parpadeo. La tierra del desierto se levantaba a cada galope de los caballos que los guardianes y guardaespaldas de la reina montaban, haciendo una ligera niebla que ensuciaba los ojos y los hacía escocer. Iris montaba con Ekaterina a su lado. La tirana iba encima de un corcel negro y, la prostituta, uno blanco. Todos los demás eran mestizos con tonos grisáceos o marrones. Incluso, en eso, la rubia gustaba de presumir. No era nada del otro mundo, pero realzaba su posición beneficiosa. Cuanto más se acercaban con más intensidad se oían los golpes a los tambores característicos de aquella reunión. El juicio estaba a punto de empezar. Allí estaban de pie varios testigos, nobles y ciudadanos, debajo de un toldo que resguardaba ligeramente del insufrible calor. Pasaron por la hilera de personas hacia el altar que había al final de la misma, desmontándose para sentarse en el trono de madera adornado por flores importadas clandestinamente de Torava. Sin embargo, ¿quién le iba a decir nada? Ekaterina tenía su tamburete, nuevamente, a la vera de la demonio. Aquella semana ella era su favorita, quién sabría después cuál sería su suerte.

La música se intensificó durante unos instantes más como ritual. Las flautas hacían la melodía y la percusión se volvía más violenta. Finalmente, cuando Iris alzó la diestra, hubo un silencio sepulcral. — Que lo traigan. — Dijo firmemente. En el fondo, le daba asco desplazarse hasta un lugar tan árido como el desierto. Por un lado, no quería tanta gente en su palacio. Por otro, la distancia entre la ciudad y su hogar quedaban demasiado lejos y era una pesadez desplazarse hasta allí. Estaba siendo abanicada por unos esclavos mientras se acomodaba aquel vestido negro, escotado, que le caía hasta las rodillas. Llevaba un corpiño que le hacía de armadura y, la capa que caía detrás de su espalda hasta los talones, estaba amarrada a su cuello de tal manera que su hierro protegía su clavícula, pecho y hombros. La corona estaba bien colocada en su frente y, en su mano izquierda, reposaba desenvainada su espada.

Seguidamente, los carceleros se abrieron paso arrastrando a un hombre pelirrojo encadenado. Iba descalzo y con el torso desnudo, pues le habían asestado varios latigazos en su espalda cuando estubo recluído. Lo único que le tapaba eran unos haraposos pantalones cortos. La reina sonrió con maldad, sabiendo perfectamente que aquello era una humillación innecesaria. La multitud empezó a gritar miles de prematuras sentencias. Le llamaban ladrón, espía, que merecía ser apedreado, descuartizado o decapitado. La justicia popular era mucho más sanguínia que la justicia de Iris. Sin embargo, la de la muchacha era mucho más tortuosa y premeditada. Cuando volvió a alzar la mano, volvió a reinar el silencio, pero rápidamente hizo una mueca de descontento. ¿Cómo iba a juzgarle si no sabía por qué se encontraba en ese lugar? — Uriens. Estás tardando. — Dijo mientras resoplaba de aburrimiento. Su cuerpo se deshizo en el asiento y se masajeó con la mano libre las sienes, dando golpes nerviosos con la espalda en la tierra.


Mi señora, Lion Gray Mond pertenece al reino de Torava. Fue hallado robando en nuestra ciudad a escondidas, golpeando a unos guardias al ser descubierto. Tras eso, se dio a la fuga y provocó un altercado en las calles. Se le acusa de ladrón, intruso, posible espía y culpable de un escándalo social innecesario. Entre la población se solicita su inmediata ejecución.  — Dijo por fin Uriens, el encargado de los presos. Era un señor mayor, de dos metros de alto a pesar de su vejez. Su piel estaba tostada por la luz del sol y torturada por revolución que se dio hacía ya varios años. La guerra había traído cicatrices incapaces de borrar, señales que debían mostrarse con orgullo; pues representaban la caía del tirano y el realzamiento de la nueva reina regente. Él era calvo aunque tuviese una espesa barba blanca y, mientras se acariciaba la misma, procedió a decir: — Estamos cansados de tener espías e intrusos que nos roben lo poco que tenemos. Aún no nos recuperamos de la guerra y nuestras tierras son difíciles de conrear. Nuestro ganado muere de hambre y deshidratación cada día. Y, por consecuencia, morimos nosotros también. ¡Justícia! Porque no podemos permitir que nos deshonren. No podemos permitir que nos desdeñen. Mi reina, tenga piedad de su pueblo y aboque toda su fiereza sobre este gusano que se atreve a profanar nuestro suelo. La gente saltó e hizo ruido con sus pies, gritando frenéticos, estando completamente de acuerdo con lo que decía aquel señor a la vez que, éste mismo, estiraba de las cadenas atadas al cuello de Lion para que se arrodillase ante su majestad.

Calma. ¡Calma, he dicho! No soy una reina similar al Tirano. — Dijo mientras su rostro se oscurecía, pasando por su mente miles de recuerdos que acabarían desvaneciéndose en milésimas de segundo. — Gozamos de una justicia, como vos mismo proclamáis, de admirar. Seremos más civilizados, tal y como los sucios perros de Torava no creen que seamos. En cambio de morder o enseñar los dientes, seremos benevolentes... ¡Pero no ingenuos! Así pues, me imagino que habrá testigos. De mientras, que se acerque el verdugo. — Volvió a erguirse en el asiento y esperó a que Lydia apareciese para proseguir con su discurso. No parecía estar gustando, sin embargo esa era su idea. Quería desilusionar a su proletariado para que, tras la sentencia, se volvieran locos y se encabritaran con la "buena decisión" de su reina. Todo planeado. Todo un circo. Después de todo, lo más sencillo sería decapitar a cualquier ladrón y fin al asunto.


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Última edición por Iris Raleigh el Lun Mar 27, 2017 2:51 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Ekaterina Niurka Miér Mar 22, 2017 9:19 am

¿Cómo había terminado allí, cabalgando al lado de la Reina? Era una cuestión complicada y, como la mayor parte de las veces en que Ekaterina se veía envuelta en situaciones parecidas, desesperada. No era un honor, aunque así tenía que ser considerado. De hecho, para ella, era lo más parecido al deshonor que podía imaginar. Se odiaba más a cada paso que daban. ¿Cómo había podido traicionar todos sus ideales de golpe? ¿Cómo había podido perder el honor que ya no tenía? Se consolaba diciendo que nadie podía negarse a la Reina. Eso era verdad, pero era justamente una de las razones por las cuales la odiaba. No había tenido relación con Su Majestad hasta el momento y, sin embargo, allí estaba. La Reina tenía poder, tenía dinero y tenía una posibilidad de un alojamiento, comida y una cama caliente aunque fuera solo por una semana, aunque después volvieran a dejarla en el mismo sitio o, quién sabe, tal vez en uno peor.

Y se odiaba, se odiaba por todo, por lo que hizo en su día y por lo que hacía en ese momento. ¿No se había declarado tiempo atrás firmemente en contra de la monarca? Y ahora estaba allí para cumplir sus deseos, siguiéndola como si de su esclava se tratara. Ya se había reído alguna vez de los siervos de la Reina insinuando que habían perdido su libertad. Al fin y al cabo, la meretriz era desde hacía tiempo la esclava del pueblo, y el pueblo podía llegar a ser aún menos misericordioso... pero no podía causar tu muerte. Una palabra de la Reina y todo se acababa. Una palabra y ya nadie volvía a acercarse a ella, dejándola morir de hambre lentamente o simplemente condenándole a muerte. ¿Con qué fin? Tal vez simplemente queriendo ver a alguien sufrir. Al fin y al cabo, era la Reina.

Niurka iba montada sobre un pequeño corcel blanco de lo más inofensivo, pero daba tumbos comos si de un caballo desbocado se trataba. Se bamboleaba en una continua amenaza de caerse. Nunca había aprendido a montar ni tampoco creía necesitarlo. Desde hacía tiempo no hacía nada más que lo necesario.
Sus soberana cabalgaba ligeramente por delante de ella en un caballo negro bastante más grande, con un aire poderoso que hubiera asustado al más fiero de los guerreros. La prostituta se preguntó si ella hubiera sido así de gobernar Karr. Luego se dio cuenta de que no sería la misma si estuviera gobernando Karr, sería otra persona completamente diferente. Seguramente mejor... aunque ya había visto lo que el poder le había hecho a Iris. Se preguntó cuánta gente habría sufrido la "justicia" de Karr. Nunca había asistido a un juicio, pues no se lo podía permitir y tampoco estaba en absoluto interesada. Lo consideraba salvaje, y siendo una niña de quince años bastante débil no era lo que más le convenía. No tardó en descubrir que era un pasatiempo bastante popular en el lugar.

Karr no era un lugar precisamente justo. Sin embargo contaban con un amplio sistema judicial en el cual eran condenados los que tenían la mala suerte de ser vistos. Había, de vez en cuando, redadas en el Pueblo, y sobre todo en el Sector Rojo. Ekaterina había visto ya varias, y no había sido atrapada puesto que nunca se atrevía a hacer ninguna actividad fuera de lo legal. Los conceptos "legal" e "ilegal" eran bastante particulares en Karr. Aun así, muchos escapaban a las redadas, por lo que Karr seguía siendo un lugar plagado de crímenes y de acciones al margen de la ley.
Ekaterina observaba a la Reina, muy a su pesar, como a un ser superior. La mujer era hermosa, aunque su belleza se veía tal vez disminuida por un velo extraño, misterioso, que nadie había llegado a identificar aún.

De repente se detuvieron en medio del desierto, lo cual sorprendió a la rubia, que se esperaba algo más... suntuoso que esa tienda en medio del desierto. No tardó en averiguar que eso era más que suficiente. Todos fueron desmontando de forma elegante. Ella se dejó caer con una mueca de dolor, aunque la distancia hasta el suelo no era grande. No se quejó, le habían hecho cosas peores y no quería parecer débil. Pese a ello tenía que parecer sumisa, lo cual detestaba, aunque estaba acostumbrada. Cualquier pequeña muestra de desafío y estaba muerta. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que todo estaba perfectamente organizado, hasta cualquier pequeño movimiento de los sirvientes. Comenzó a sospechar que tal vez todo fuera un engaño. Tal vez la ejecución fuera un espectáculo terrible al que la gente asistía para sentirse mejor con sus vidas. La Reina se sentó en su trono de forma ostentosa y al instante todo cobró sentido y se volvió elegante de una manera lúgubre. Todos ocuparon su lugar y Ekaterina encontró un pequeño taburete junto a la Reina. Se preguntó si no sería muy osado, ya que además prefería pasar desapercibida por el momento.

La rubia soberana ordenó que trajeran al preso. Ekaterina pensó en un momento que se dirigían a ella y estuvo a punto de levantarse cuando, por suerte, dos hombres lo hicieron. Llevaban a un hombre entre sus brazos, vestido de forma ridículamente andrajosa. Ekaterina iba a esbozar una sonrisa, esperando que eso placiera a la Reina, pero luego se dio cuenta de que su aspecto no sería mucho mejor y decidió permanecer impasible. Era un hombre pelirrojo. No hubiera sabido decir si su aspecto era peligroso o no. El juicio comenzó. Ekaterina prefirió estar  lo más silenciosa posible, para permanecer en un oscuro anonimato. No sabía lo que hacía la Reina con la gente como ella. Por ahora aún no le había dicho nada desde que había sido "reclutada". Eso era mejor, pero la adolescente quería saber qué sería exactamente lo que quería hacer. Quería oír la voz de la Reina dirigiéndose a ella, aunque esos pensamientos hacían que le hirviera la sangre, despreciándose a sí misma como nunca lo había hecho.

Niurka intentó dejar atrás todas las veces que había criticado a la Reina y pensar en otra cosa. Lo consiguió cuando un hombre pronunció el nombre de Torava. Ekaterina se estremeció en su asiento y escuchó con atención sus palabras. Ese hombre venía de Torava, igual que su madre. Era su oportunidad de averiguar información. Al parecer era un ladrón y un agresor. Decidió desde el primer momento que le agradaba ese hombre, aunque se parecía a muchos con los que había estado y a los que había detestado en su momento. Su nombre era Lion y el pueblo exigía su ejecución. La Reina habló de "justicia" y de "admirar" y Ekaterina tuvo que contenerse para no soltar un bufido de disgusto, pues no veía ninguna de esas cosas en ese lugar. Y luego dijo otra cosa. Una cosa que hizo que la meretriz se incorporara en su asiento. "...los sucios perros de Torava..." En ese momento tomó una decisión. Tenía que salvar a ese hombre.

- No pretendo poner en duda la justicia de este lugar, pero, si no es inoportuno, me gustaría dar mi opinión.- dijo, en una extraña mezcla entre susurro y grito.- Pero propongo que este hombre sea declarado inocente hasta que se demuestre lo contrario. Sin querer ofender a Su Majestad, naturalmente.- pese a todo, había un brillo divertido en sus ojos. Le habían propuesto un desafío: pues bien, lo aceptaba.
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Mensaje por Lydia Eclair Miér Mar 22, 2017 1:08 pm

¿La razón por la cual se encontraba en ese lugar? Era simple, nada más lejano que al propio beneficio personal, ya que nada podría traer más mérito y prestigio a su persona y al apellido familiar al cual servía que ser cumplidora de las demandas y expectativas exigidas nada más que por la propia reina que gobernaba Karr. Probablemente había sido escogida para aquella labor debido a la conveniente reputación del apellido Eclair, o quizá se debía a la notoriedad de sus acciones pasadas trabajando para su familia que como consecuencia llegaron hasta los oídos de la monarca al ser famosas por su exactitud y puntualidad.

¿Qué si llegaba a sentir pena por el desafortunado chico? Aquello no podría estar más lejano de llegar a ser de su incumbencia. De igual manera, en el propio escenario donde se desarrollaría el juicio se podía apreciar un público revolucionado, todas aquellas maldiciones y burlas dirigidas hacia el pobre acusado eran un festival de sentimientos negativos que nutrían a Lydia por dentro, quien sin poder evitarlo reflejaba un rostro repleto de deleite al respecto, pues aquella tarde sus ojos no podían brillar más allá del carmesí que poseían actualmente, preguntándose si aquella excitación de los individuos presentes se debía a la propia influencia negativa que generaba la demonio de manera inconsciente. Sintió un poco de pena por la reina al verla lidiando contra un público que no paraba de exigir el derramamiento de sangre, encontrando aceptable y conforme el posterior discurso que emitió para calmar las aguas y disuadir temporalmente a las personas.

Cuando la voz de la reina demandó su presencia, Lydia apareció desde el fondo del recinto en la cual se hallaba situada desde el momento en que arribaron a ese lugar, prefiriendo esta vez observar todo el panorama desde lejos en vez de permanecer en primera línea como usualmente haría ante otras situaciones, posición que generalmente solía optar cuando concluía que era necesario observar todo el panorama para analizar el entorno. Una vez al llegar no emitió comentario alguno al respecto, nada más se dedicó a realizar una reverencia con su usual sonrisa en señal de anuncio e indicarle al monarca que se encontraba al tanto y a la espera de sus futuras decisiones. Después de todo, conocía muy bien el plan de su soberana, y trabajaría muy duro para llevarlo a cabo de la manera más satisfactoria posible.

Seguidamente, su vista se dirigió hacia la intervención generada por la chica situada al costado del gobernante y emitió una sonrisa divertida, su apelación se veía a favor al pobre desdichado y eso solo podría poner las cosas mucho más interesantes de lo que ya estaba, pero al final de cuentas, la decisión final caería sobre su señoría, sin importar las pruebas o los testigos implicados, una sola palabra por parte de la reina podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Lydia Eclair
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