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Mensaje por Persephone Lun Feb 20, 2017 11:13 am

El vaho emanaba de su respiración entrecortada por el cansancio de la demonio tras todo aquél largo tramo recorrido que a saber si era en vano o no, manteniendo un ritmo constante que a veces quebraba por la fragilidad de su resistencia y que la hacía tropezarse con sus propios pies en busca de un alimento o unas gotas de agua que la animasen a continuar andando. Aquella borrosa mirada gélida que siempre portaba se nubló aún más tras divisar a lo lejos una pequeña aldea, tragando saliva que pareció rasgar su garganta por aquél intento de tragar en seco que logró un ardor, un ardor que bajó hasta sus pulmones e inundó sus pechos, como una cerilla que caía a gran velocidad en un organismo plagado de alcohol y que se consumía rápidamente sin permitirte respirar, sentir tus órganos cada vez más cálidos, doler. El viento rápidamente le congeló los dedos y la nariz, su respiración se agitó ante el gran esfuerzo de dar un último paso antes de apoyarse sobre una roca festejando en silencio el hallar una fogata a lo lejos que cada vez se notaba más tenue, con solo un sutil humo escapando de entre las posibles maderas quemadas que se desplazaba hacia el oscuro cielo.

Volvió a retomar el caminar acelerándolo cada vez más hasta acabar casi corriendo, guiándose por el instinto del olfato, recorriendo tramos desconocidos en busca de un alimento que llevarse a la boca, un trapo con el que cubrir su helado cuerpo o unas gotas de agua con la que hidratar su organismo sin apenas fuerza. Y entonces lo halló. Un verdadero festín frío, plagado de mordiscos, de cestas de frutas que jamás vio en Karr, de cálices vacíos donde allí hacía horas había agua por poder apreciarla en el fondo de algunas que no se dignaron en acabar, en carne fría y manchada de tierra por ser aquellos granos arrastrados y elevados por el viento y depositarse en aquellos platos que ahora estaban medio vacíos sobre una larga mesa de madera plagada de manchas. Casi parecía que allí hubo una gran manada de lobos hambriento arrasando con todo que meros seres sobrenaturales civilizados con uso de razón.

Su corazón volvió a bombear con fuerza. «Aleluya» susurró de forma débil tras brillar sus ojos de emoción al por fin encontrar lo que se podría considerar comida de verdad y no la fruta podrida, la carne de animales enfermos o peces muertos y tóxicos que traían a Karr y por los que los suyos se mataban por conseguir, por robar o por comprar si es que se apenaban del vendedor. Que solía ser nunca, o casi nunca. Miró a todos lados con los ojos bien abiertos, alerta ante cualquier ruido o presencia, mas sólo pudo ver la luz cálida de la ventana de una choza cercana a aquél merendero, sintiendo la adrenalina en sus venas por estar arriesgándose cada vez más a permanecer allí por comida y abrigo. A lo lejos pudo presenciar un volcán entre tanta maleza y montañas, palideciendo y escapando su aliento al darse cuenta de todo; estaba en Roar, terreno de hombres e infantes.

Y el imaginarse entre un grupo que la golpeara por colarse en la zona en dichas condiciones donde no podría ni elevar un brazo para desviar un puñetazo la aterraba, la hacía recordarse que debía actuar con el doble de cuidado y estar el triple de atenta a todo. Entonces estiró su frágil diestra congelada hacia la mesa, en dirección a una cesta de fruta de jugosa pinta, donde parecía abundar la carne de aquellos melocotones o el jugo de aquellas naranjas, donde por fin una fruta parecía apetitosa y no se encontraba verde y apestando por estar pasada. Y sintió una cálida mano posarse sobre la suya y agarrarla de la muñeca, obligándose a levantar una aterrada mirada que desfiguró su rostro tornándolo pálido y asustado, emanando un gemido de sorpresa de entre sus labios. —Sólo buscaba comida. Me iré tan rápido como mi energía me lo permita— se excusó en un hilo de voz antes de tirar del brazo para deshacerse del agarre, clavando las azules orbes en las amieladas del roar frente a ella.
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Mensaje por Tori Mar Feb 21, 2017 10:03 pm

Los días habían comenzado a ser un poco menos frío, aún así las rocas que tenían por suelo seguían todas resbalosas debido a las temperaturas bajas. Si el único lago en Roar no se había congelado era solamente porque algunos campesinos elementales se habían dedicado a mantenerlo caliente. De cualquier modo, ahora que la temperatura era menos fría, sería una buena oportunidad de sacar a algunos de los niños a comer al aire fresco -o más bien frío-que se presentaba ese día.
Respiró hondamente, posando los tazones de barro en la mesa, junto a otros pyrcas. Los críos seguían haciendo un alboroto dentro de las chozas, esperando el momento indicado para salir y poder devorar como las bestias que eran.

Una vez todo estuvo servido los niños salieron y terminaron con todo más rápido de lo que un torbellino podría hacerlo. Por suerte los pyrcas habían reservado algo para ellos o no podrían haber comido tanto. El ambiente era agradable -en el concepto de un roar-. Los niños lanzaban comida, y otros terminaban por levantarla del suelo y comerla también. Se empujaban de las sillas, se subían a las mesas, tomaban los tazones y se atragantaban hasta no poder más. Unos robaban comida de platos de otros. Mientras todo el alboroto ocurría, Tori y otros cinco pyrcas le daban biberón a los más bebés. Era increíble comparar la mansa actitud de esos pequeños con los que estaban fuera, tragando como si no hubiesen comido jamás.

Cuando los niños terminaron afuera, algunos valientes decidieron forcejear con ellos para darles un baño. Fue entonces que el silencio reinó en esa parte de la aldea Pyrca, nada excepto los bebés bebiendo leche y los pyrcas teniendo ligeras pláticas entre ellos. Todo era demasiado bueno para ser verdad.

Cuando los pequeños quedaron dormidos fue momento de ponerlos entre lechos, pieles, sábanas y cojines. Los cuidadores se dispersaron y finalmente Tori quedó sólo, observando como algunos de los nenes dormían con calma. Suspiró con cierta paz que le entregaba ese precioso trabajo, y volvió la vista hacia afuera, por la ventana.
La paz y calma que tenía hasta hace un momento se esfumó al ver a alguien desconocido sobre la mesa de restos que había dejado la comida aquel día. Claro que reconoció que no era un roar, primordialmente porque no era un hombre, y segundo, porque tenía unas ropas que definitivamente no correspondían a su clan. Se sintió espantado de observar un a un extraño husmeando, su corazón se aceleró y su ceño se frunció. Salió en completo silencio de la choza donde dormían los niños, recogiéndose el cabello en un nudo por si llegaba a necesitar pelear. Las pieles que llevaba puestas para soportar el crudo invierno de esa parte del mundo, hondeaban lentamente por el viento que corría en aquellas zonas.

Sin más retrasos, tomó a la mujer por la muñeca y la volteó para obligarle a verla. Tori era alto, y tosco, así que fácilmente podría pasar por alguien imponente. Le miró con esos terribles ojos que jamás le mostraría a uno de sus niños, llenos de ira, de desconfianza y de rencor. —¿Quién eres, de dónde vienes y qué haces aquí? —Fue directo, y no le soltó. De hecho, apretó su muñeca con más fuerza, y por más que forcejease, no la soltó. Era muy amenazante cuando quería serlo, y si no levantó la voz era sólo porque los bebés dormían dentro del techo a pocos metros de ahí.
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Mensaje por Persephone Sáb Feb 25, 2017 5:37 pm

Aquél apretón en torno a su huesuda muñeca le hacía daño, por supuesto. Además el hombre parecía demostrar una gran fuerza con solo su mano, aquella mirada parecía indicar que o hablaba o la mataría allí en medio y aquél tono aseguraba que no estaba bromeando. Para nada. La rubia curvó las comisuras de forma burlona ante sus palabras, sacudió el brazo para deshacerse del agarre y rodó la mirada con pesadez al ver que el hombre no iba a soltarla. — Ni yo misma sé quién soy. Tengo muchos nombres — comentó con sorna, dando un salto para subirse a aquella mesa, y quedar de rodillas frente a él, haciendo el lugar donde se apoyaba temblar bajo sus pies y la comida cercana a los filos caer al suelo y rodar hacia el Pyrca. —Vengo de un territorio donde el hambre y el dolor abunda, podría decirse que casi huyo de ese clan— continuó ladeando la cabeza con juguetonería y bajando la mirada a los labios del hombre. —Yo sólo buscaba comida y abrigo con la que poder llenar mi vacío estómago y calentar mis fríos huesos. No es fácil para una mujer sin dinero y que anda esclavizada en una habitación sacar un poco de Exos con los que comprar comida que no ande podrida ni chaquetas que no tengan agujeros.

Su mirada subió a las orbes del mayor y su sonrisa se ensanchó en una mueca coqueta, descendiendo con calma en aquella mesa para sentarse en el filo de dicho lugar y cruzar las piernas con total naturalidad, con la tranquilidad que ella tendría al discutir con un niño y no ante un antiguo guerrero. —Ya te he dicho, joven, que sólo busco dos cosas y que al tomarlas, me iré. No pretendo dañar a tus niños porque no me serviría de nada. No pretendo dañarte a ti porque no tengo ni las energías para defenderme de un golpe proveniente de un hombre tan… fuerte como tú—. Su mano libre se dirigió al brazo del varón para palparlo sin abandonar la sonrisa, riendo en voz baja y pasando a rodear sus caderas con las piernas con total confianza. —No pienso repetir qué necesito, y si no me lo das tú pienso tomarlo por mí misma. No dejaré que me mates ni que hallen trozos de mi cuerpo en el estómago de un animal hambriento en mitad de las fronteras porque un Roar no se dignó en ayudar a una mujer que no planeaba derramar sangre— bajó aquella mano acariciando el brazo, pasando la extremidad a la superficie de aquella mesa y frunciendo el ceño mirándole a los ojos.

Te pido por última vez que me des comida y abrigo y te juro que no volverás a verme por vuestras tierras si no es para devolverte este favor— habló bajando la mirada a su muñeca agarrada por él. —Más te vale que me sueltes pronto, no empiezo a sentir la mano y no quiero quedarme manca— susurró al verla más pálida de lo normal, moviendo los dígitos de forma mecánica y gruñendo al ni siquiera sentir la sangre recorrer aquellas zonas, notar un suave cosquilleo descender hasta sus yemas, sentir aquella diestra cada vez más gélida.—Vengo en son de paz, roar— insistió relajando el semblante y ladeando el rostro hacia el lado restante —, lo juro. Y si hago un movimiento raro o veis alguna acción extraña en mi os dejaré que me deis como comida a los carroñeros— cedió, bajando de aquella mesa con tranquilidad, sujetándola para evitar tumbarla antes de extender dicha mano que utilizó para frenar el tambaleo del mueble hacia la libre de él, esperando estrecharla como acuerdo de paz. —Vamos, estréchala.
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Mensaje por Tori Sáb Mar 04, 2017 1:37 am

Rodó los ojos ante la primera respuesta de la mujer. Tori no se andaba para juegos, y cuando se trataba de un extraño que estaba haciéndose paso en la zona donde habitaban sus niños, no era para nada una persona comprensible. No permitiría que nadie ni nada pudiese hacerles daños, nunca. Sería lo terco que fuese necesario para impedirlo.
Estuvo a punto de exigirle que dejase los rodeos y esos estúpidos misterios cuando escuchó lo que le venía. "Un territorio donde el hambre y el dolor abunda" No necesitó escuchar más. Entendía perfectamente lo que eso significaba, y había un sólo clan del que podría tratarse, el mismísimo —Karr. —. Gruñó con asco al mencionarlo, y entonces el agarre de la mano que tenía, se tensó más, apretando a la mujer. De ahí en más cualquier cosa que le dijese sobraba, pues los oídos de Tori se volvían sordos ante cualquier ser proveniente de ese lugar, sin importar quién fuese. Todos los karr eran malos, todos los karr mienten; todos los karr son y siempre serán iguales. Eso era lo único que el pyrca debía saber de ellos.

Quizá Tori fuese un terco, quizá estuviese equivocado y entre ese grupo de barbaros pudiese haber alguien que no lo fuese, no obstante él jamás creería eso. Era esa cabeza dura lo que había salvado constantemente a sus bebés de los peores riesgos, y por esa razón seguiría pensando igual toda su vida.

Gruñó en cuando la mujer quedó de rodillas en la mesa, y le miró con desprecio mientras ella continuaba abriendo la boca en vano; completamente en vano. No dijo absolutamente nada hasta que la mujer volvió a bajar de la mesa y continuó con su discurso. La mano que le ofrecía era la otra prueba más para Tori de que esa mujer no tenía respeto por nada. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía tomar a Tori por idiota? No se lo permitiría, jamás lo haría.
Aún así... ¿podría ser? Reconsideró por segunda vez aquella mano que ella le brindaba con todo su esfuerzo. ¿Realmente estaría así de hambrienta? ¿Tendría frío? Lentamente, sin soltar su muñeca, acercó su otra mano hacia la de la señorita, y la estrechó. Primero lento, y después de forma firme. —...No seas cínica. —Gruñó. Acto seguido le hizo una llave de manera que quedase con las dos muñecas en la espalda. Jaló el mantel de la mesa sin importarle que se cayese y le amarró bien las manos con él. Estaba más agresivo que de costumbre, y estaba más ofensivo también. —Eres una arrastrada como todos y cada uno de ellos. No me toques tú misma. Ya suficiente tengo con tener que tomarte yo.

La hizo recostar la parte superior de su cuerpo contra la mesa, de frente a la misma. —Tienes dos opciones. O te saco a patadas... o te saco muerta. —Y estaba siendo bondadoso.
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