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Pain and Reward [Priv. Fiorella Ballard Astori]

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Mensaje por Ekaterina Niurka Jue Oct 13, 2016 10:23 am

¿Cómo había acabado ella en Torava? Aún seguía preguntándoselo. No solía viajar. Tenía miedo de viajar. Tenía miedo de lo desconocido. Su hogar era Karr, siempre lo había sido, al fin y al cabo, y con el tiempo se había convencido de que no era quien para cambiar eso. Estaba anclada a ese lugar. A ese maldito lugar. No era alguien que creyera en el destino, de hecho, no le gustaba lo sobrenatural, y sin embargo siempre había sentido que su futuro estaba allí, y que, por más que quisiera, no podía abandonarlo. No era lo suficientemente valiente. Y, sin embargo, allí estaba.

Ni siquiera comprendía por qué ese lugar. Allí no había sitio para el negocio. No había sitio para ella. Tenía que volver como fuera, y, sin embargo, ni siquiera se lo podía permitir. No podía reconstruir su vida así como así. Las cosas no son tan sencillas. Los cambios duelen. Hay que tener fuerza de voluntad para cambiar así, y si Ekaterina Niurka tuviera la suficiente lo hubiera hecho hacía ya tiempo, o al menos eso pensaba - y se recriminaba - a menudo.

El sol brillaba y, sin embargo, parecía que emitía una luz grisácea sobre el suelo pedregoso. La meretriz ni siquiera osaba levantar la mirada del suelo, y lanzaba patadas a los guijarros que se cruzaban en su camino. Miles de pensamientos cruzaban su mente a la vez en un torrente que le costaba comprender pero que se sentía incapaz de ordenar. Se sentía impotente. Se sentía una extraña en un Clan de extraños. No era una mas, y, por más que se esforzara, nunca lo sería.

Allí la gente era legal. Limpia. Allí no había que cubrirse las espaldas a cada paso que dabas. Y, sin embargo, no se sentía segura. Estaba acostumbrada a las oscuras callejas de Karr. A la lóbrega habitación de la posada de La Roca del Sordo en la que se alojaba cuando podía permitírselo, o cuando ciertos clientes accedían a pagar la habitación, cosa que rara vez sucedía. Y allí estaba. Calles limpias. Edificios grandes, imponentes, pero no amenazantes. Y ella, que se sentía peligrosa sin serlo, a la que le parecía verlo todo en tercera persona. No era su lugar. No podía mentirse. No pertenecía a Torava. Y debía huir de esa situación en la que ella misma se había metido.

Se había gastado la mayor parte de su escaso dinero. En un viaje de ida, sin viaje de vuelta. No recordaba por qué. Seguramente en un arranque de locura, como aquella vez que se perdió en las montañas. A veces se desesperada, tal vez habiendo bebido demasiado, ya que, aunque detestaba el alcohol, era una manera fácil de huir del mundo. Y ahora todos esos recuerdos parecían empañados en bruma. Porque ya no eran sus recuerdos. Eran los de una Karr. Una Karr que jamás volvería a ser ella.

Iba demasiado confiada, y, en cierto modo, lo sabía. No le prestaba atención a nada. Había decidido levantar la mirada. Volver a empezar, de alguna manera. La valentía le había durado poco, y la incertidumbre volvía a invadirla. De repente sintió que le empujaban desde atrás y entonces se vio sumergida en un murmullo de pasos, voces y personas. Comenzó a sentirse mareada. Colores. Luz. Calor. La cabeza le daba vueltas. Y, sin previo aviso, cayó, golpeándose con la cabeza en el suelo. Todo se volvió rojo y, poco después, negro. "No debería estar aquí..."
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Mensaje por Invitado Jue Oct 13, 2016 2:30 pm

La mano deslizó la gomilla de detrás de la oreja derecha de la albina, haciendo lo mismo con la contraria para así deshacerse de la mascarilla que cubría la nariz y la boca, con un ligero suspiro escapó de los rosados labios, la mirada estaba llena de dolor, acababa de visitar un paciente con pocas posibilidades de sobrevivir y eso le había drenado parte de la energía y ánimo del día.
¿Cuantas citas me quedan para hoy, Julianne? –Preguntó la monarca en un tono decaído, dejando que la joven revisara tranquilamente el listado– Ya no tiene más, es la última del día –Anunció la joven en prácticas lo más seria posible, se notaba que estaba alegre por poder terminar, pero claramente ante el estado de ánimo de la ojiazul y de otros médicos comprendía que era mejor reservarse el mostrar el suyo de momento.
Fiorella ya estaba cansada, los hombros caídos parecían soportar una gran carga inexistente, sabiendo que necesitaría de un buen baño caliente para relajar los músculos– Gracias querida, vamos a cambiarnos y así volver a casa –Anunciaba mientras caminaba por los pasillos del lugar, cambiando el rostro a uno alegre cuando comenzó a ver gente, saludándolos con su típica alegría, una que si bien no era del todo real, le debía a todos los que pasaban por allí.

Por las ventanas el sol comenzaba a bajar, anunciando una puesta de sol en poco tiempo, se alegraba al pensar que tal vez, si no llegaba demasiado tarde o cansada, podría llamar a Dominic para ir a ver las estrellas y localizar alguna constelación, aprovechando para pasar un poco de tiempo con él si no se encontraba ocupado.
Un anhelo que se desvaneció en cuanto escuchó su nombre en un tono apresurado y frenético– Señora, la necesitamos, acaba de llegar una paciente de urgencias –Con un repentino semblante serio comenzó a caminar todo lo rápido que podía detrás del anunciante, dejando que le explicase la situación.
En cuanto alcanzaron a la camilla que avanzaba a toda velocidad, se colocó al lado, viendo a una joven de pelo rubio con un golpe en la cabeza, de la nariz salía un poco de sangre ya reseca, así como el inicio de la hinchazón del área afectada.
Las vías están despejadas, la circulación es correcta y no parece tener problemas para respirar, el cuello esta inmovilizado pero no hay indicios de lesión en la columna, el daño se concentra en la región parietal derecha –Avisó uno de los médicos que se encontraba al lado de la chica, quien le tendió de todas formas el informe que habían redactado en ese mismo momento.
Mujer, de entre quince y diecisiete años, sin identificar… –Murmuró a la par que la miraba de reojo– De acuerdo, puede ser un traumatismo craneal, llevarla al quirófano dos, quiero empezar ya con esto, parece que no ha ido a mucho –Solo esas palabras bastaron para hacer moverse a todos los presentes y muchos más, preparando de inmediato todo para la intervención– Julianne, quiero que veas bien y te quedes con todo, quiero que recuerdes que la vida de una persona siempre está por encima de todo –Si lo dijo fue por la expresión de esta, que dejó ver lo molesta que estaba por tener que quedarse más tiempo en aquel sitio.
A paso rápido siguió la camilla, atándose el cabello en un moño alto justo a tiempo de pasar donde se colocaría todo lo necesario para entrar al quirófano, no conocía a la muchacha pero se esmeraría en ayudarla tanto como si se tratase de su hija.

Por suerte para la inconsciente, se tomaron su tiempo en tratarla, suturando la herida y así dejarla en perfecto estado, con una venda y gasas para protegerla, habían tenido que cortar algo de pelo, lo cual no se notaría cuando quitasen los puntos si se dejaba caer el cabello por allí.
En la sala no había nadie, ya comenzaba a amanecer y la luz entraba por la amplia ventana de la habitación, tan solo se notaban dos figuras, una en la camilla y otra en una silla cercana. ¿Por qué seguía allí cuando ya había terminado de operar? Podría haber dejado alguna enfermera al cargo, pero no veía necesario molestar a nadie pudiendo hacerlo ella, en parte era para estar atenta a como evolucionaba y estar presente al despertar, no la habían podido reconocer y no podían avisar a ningún familiar… Sería desolador despertarte en ese lugar completamente solo, algo que la mujer tenía en cuenta muchas veces. Claramente había mandado avisar a palacio, dispuesta a pasar allí el tiempo necesario hasta poder hablar con la chica.
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Mensaje por Ekaterina Niurka Vie Oct 14, 2016 2:25 am

Estaba soñando. A principio, como al inicio de todos los sueños, flotaba en una oscuridad densa, compacta, que le daba calor y reconfortaba a su mente dormida. Luego se vio expulsada de ese cálido lugar. No sabría decir si estaba en Karr o en Torava, era como si los dos lugares estuvieran superpuestos. Eso resultaba mareante, incómodo. A su alrededor danzaban figuras vestidas de vivos colores. Y gritaban. Con la boca cerrada, gritaban.  Eso creaba una melodía espeluznante que, extrañamente, le invitaba a dormirse. Justo antes de caer dormida reconoció una de las figuras danzantes. Y entonces recordó.

No había ido a Torava por la tecnología, ni por las oportunidades. Ni siquiera por la ausencia de seres sobrenaturales. No. Había ido allí por su madre, que había pasado allí toda su vida, desde su nacimiento... hasta su muerte, al fin y al cabo. No sabía cómo había podido reconocerla... no recordaba haber visto su rostro, aunque, naturalmente, había tenido que verlo en algún momento, hacía mucho, mucho tiempo... Se resistió a abrir los ojos. No quería hacerlo. Dudaba si podía hacerlo. Al fin y al cabo, seguramente ya fuera tarde.

Pero los abrió. La luz inundaba la habitación y se vio obligada a parpadear seguidamente para impedirse cerrarlos completamente. No sabía donde estaba... quería volver a casa... a su vieja casa de la infancia, casi siempre vacía, pero cuyos muros eran sin embargo un resguardo de los fuertes y cálidos vientos. Se dio cuenta de que tenía frío. Estaba temblando. No hacía tanto frío, y, sin embargo, para un Karr, eso eran temperaturas muy bajas para la época del año.

Durante un tiempo permaneció quieta, en silencio, con la mirada fija en el techo. No quería saber donde estaba, ya que temía la respuesta a sus preguntas. Pero no tardó en darse cuenta de que no estaba sola. Una joven mujer albina estaba sentada cerca de ella. Por su atuendo no tardó en comprender que seguramente se tratara de una de los trabajadores del hospital. A la rubia aún le retumbaba la cabeza, pero se encontraba mucho mejor en comparación a cuando llegó al hospital, pese a que no era consciente de ello.

No quería abrir la boca, pero tenía muchas preguntas. Demasiadas preguntas. Preguntas sin respuesta, sin razón de ser, como las que la inundaban sin cesar desde hacía ya tiempo. Se había cansado de exigir explicaciones. No se las iban a dar. La gente no se fijaba en ella. No en Karr. Pero en Torava era diferente, era una extraña, y la gente lo sabía, lo notaba, igual que ella notaba la diferencia con los hombres que frecuentaban el Sector Rojo. Allí se hacía ver, y no le gustara como había esperado que le gustase.

Descubrió, con horror, que ella misma había cambiado, Torava le había cambiado. Se descubrió recelosa de mostrar sus orígenes, de los que rara vez se avergonzaba. No se avergonzaba porque eso era normal de donde provenía, y pocas veces se las había visto con extranjeros, ya que, al ser Karr el Clan menos sociable, pocas veces viajaban, y, cuando lo hacían, no se pasaban por el pueblo o por el Sector Rojo, zonas que Ekaterina sabría recorrer hasta con los ojos cerrados, zonas que le eran conocidas y que no le asustaban.

Abrió la boca y la volvió a cerrar repetidas veces, preguntándose si debería o no hablar, si se habían dado cuenta o no de que se había despertado. También tenía miedo del sonido de su voz. No quería parecer débil. No necesitaba ayuda. La había necesitado, sí, pero es que no podía oponerse estando inconsciente, y, a decir verdad, ni siquiera estando despierta hubiera protestado en esa situación. Pero ahora era diferente. No quería que pensaran mal de ella, mal de Karr. Porque, por más que odiara su Clan, en esos momentos era su única representante.
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