Insistente. —Privado Shea.
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Insistente. —Privado Shea.
—¡No, yo quiero que sea el doctor Shea! —Y esa fue su última palabra antes de patalear e incluso llegar a golpear al pobre doctor que no tenía culpa de nada. Trataron de contenerle tomándole por las muñecas y los tobillos, y ella intentó resistirse, pero era débil. Aún así, cuando parecía que Marbella no podría hacer nada, de pronto su voz se hizo aguda y comenzó a llorar como si de una pequeña se tratase. Todos suspiraron y le soltaron.
¿Qué estaba sucediendo? Marbella había pisado un arma de púas y muchas de estas se habían clavado profundamente en su pie izquierdo. Desafortunadamente para la señorita, Shea había estado fuera ya unos días debido a una urgencia para la que le llamaron al hospital principal, y otro doctor tendría que atender a la chiquilla. Aún así ella no estaba dispuesta a aceptarlo, y no había parado de insistir constantemente. Después de llorar de manera excesiva e innecesaria y darles un montón de razones que aunque para ella eran factibles, para ellos no lo eran, de algún modo u otro lo había conseguido. No se podía estar muy seguro de si le habían dicho que sí para callarla, o porque verdaderamente habían terminado por ceder ante las razones que para ella parecían tan importantes.
Adoraba al doctor Shea, e incluso antes de convertirse en guerrera él ya le atendía, desde que era tan sólo una pequeña. Bueno, más pequeña aún.
Y ahí estaba, por más que el viaje hubiese sido largo y riesgoso para ella, ahí se encontraba, en el hospital principal. Sus grandes ojos marrones brillaban como un par de gotas de agua en exposición al sol, ilusionadas de ver al doctor como si no le hubiese visto en años. Tanta espera, haber soportado tanto dolor simplemente para haber llegado a verle, todo había finalmente rendido frutos. Respiraba hondamente mientras le llevaban a la habitación donde le atenderían, buscando encontrar en el aire el aroma del rubio, pero no, ahí no olía más que a medicina.
Uno de los guerreros y el doctor que la acompañaba negociaban en el vestíbulo, tratando de convencer al médico de porqué debía ser Shea quien atendiese a la muchacha, a pesar de que él mismo no terminaba de estar convencido de ello. Ella, tranquilita y quiera, esperaba sentada en el mueble, con el pie vendado, hinchado e incluso infectado. Claro que ella no comprendía los riesgos de no cuidarse a tiempo. Se sobaba sus rodillas raspadas, y sollozaba un poco. Le habían dado un susto cuando estaban a punto de llegar, diciéndole que regresarían. Por suerte no fue así.
Miró hacia ambos lados en busca de reconocer algún objeto perteneciente al hombre, o aunque sea una nota que tuviese su letra por ahí, pero no veía nada. Aún así confiaba en que estaba en el lugar correcto y que si seguía esperando, tarde o temprano el doctor Shea tendría que aparecer en su rescate, como siempre siempre lo hacía.
—Marbella.
Marbella Greice
Re: Insistente. —Privado Shea.
¿Furioso? Eso era poco para describir el estado en el que se encontraba en esos instantes. Y es que ¿Cuantas veces lo llamaban al hospital? ¡Nunca! ¡Sólo cuando realmente necesitaban gente! Y ahí estaba esa niña de nuevo, tomándole el pelo con sus chiquilladas. Agh, aquello le ponía de mal humor, sinceramente. Y no dudaba en demostrarlo al caminar a grandes zancas, con el ceño aún más fruncido de lo que era común en él.
Se paró justo en frente de la jovencita y la miró de tal forma que, si las miradas mataran, ella indudablemente habría muerto en ese instante— ¡Tu, mocosa impertinente! —Su voz resonó tanto que incluso el soldado que la acompañaba se irguió, como si fuera él a quien regañaban— ¿Crees que puedes permitirte el lujo de elegir quien, cuando y cómo te trata? ¡No seas ridícula! —Observó ese pie suyo, que de lo mucho que había empeorado la herida le causaba cierta repugnancia ¡Y eso que él estaba acostumbrado a ver cosas peores! Pero de no ser por su cabezonería, esa herida estaría ya curada y eso le sacaba de quicio— ¿No pensaste que no tratar la herida podría causar que no puedas caminar de nuevo? ¡Aún más! ¿No pensaste, con esa diminuta y al parecer inservible cabecita tuya, que si te conviertes en guerrero, no estaré siempre allá, listo para tratar las heridas de la dichosa princesita? ¡Maldita sea, Greice, tengo una vida propia! —Y así finalizó su discurso, en el cual varias personas habían salido huyendo del escenario. Nadie quería estar presente cuando O'Sullivan se enojaba.
Volteó su mirada retadora hacia el guerrero que la acompañaba— ¡Y tú! —Pronunció sin miedo a sonar amenazante- ¿¡A quien se le ocurrió esperar tanto tiempo y aceptar sus caprichosos e irracionales pedidos!? -Preguntó o más bien exigió saber, mientras el otro temblaba con levedad— N-no, verá, ella dijo qué... —Su expresión se encendió, casi estaba rojo de la furia— ¡¿A QUIEN LE IMPORTAN LAS ESTÚPIDAS EXIGENCIAS DE UNA NIÑA?! —Alzó tanto la voz que resonó por los alrededores, haciendo que se diera cuenta de ello y bajara un poco el tono— ¡Lo importante es la salud del paciente y si sus exigencias y peticiones van en contra de la misma, lo que un doctor debe hacer es ignorarlas! Agh, por los siete, en serio. —Suspiró, dando media vuelta, sin dirigirle la palabra de nuevo a la castaña— Llévala a la sala 341. Debo acabar de atender a la anciana de la 410 antes de tratarla. —Volteó momentáneamente, mirándola retador— Y no se te ocurra causarle problemas a la gente de aquí. Esto es un hospital.
—Shea.
Shea O'Sullivan
Re: Insistente. —Privado Shea.
¿Dónde estaba el doctor Shea? ¿Por qué estaba tardando tanto? El estómago de Marbella estaba ya revuelto por la emoción incontrolable que le causaba la sensación de pensar que podría cruzar esas puertas en cualquier instante. Era una constante adrenalina que rayos, sentía que podría hacerle vomitar si no le veía ya muy pronto. Con las mejillas coloradas y los ojos encharcados por mera emoción, se mantenía constantemente mirando hacia la puerta, esperando con anhelo por el instante en que él la cruzase.
Hablaba con el guerrero que la acompañaba de vez en cuando. —El doctor Shea no va a tardar mucho más. —Juraba con una gran sonrisa, mientras él trataba de mantenerse en guardia y no distraerse con ella. —Ya no tarda. —Repetía ella agitada mientras movía sus pies, que colgaban ya que el mueble donde estaba era bastante alto para sus cortas piernas. —¿Lo conoces? Es muy bueno y yo lo quiero mucho, mucho mucho.
No dejaba de hablar de él, ansiosa por verle. Intercalaba la vista entre el soldado y la entrada para no perderse de nada en ambos lados. —Es muy alto y muy listo. —"¿Podrías parar? Me pones nervioso, Greice." —Claro. Lo lamento tanto. —Se quedó callada unos instantes. —Pero él es el mejor doctor, que lo sepas. —"Marbella... deb..."
—¡DOCTOR SHEA! —Si tuviese cola la estaría agitando de lado a lado incesantemente. Se puso las manos en sus mejillas con emoción y antes de poder decir algo más, el rubio ya había tomado la palabra de forma agresiva. Abrió lentamente los ojos, mientras le observaba. Apretó los dientes y se cubrió los labios mientras estos se doblaban contra su delgada voluntad, dibujando una expresión de que claramente lloraría. —N-no es así... —Quiso excusarse, pero Shea seguía y seguía diciendo cosas cada vez más horribles. —¡No pensé que pudiese ser tan grave! —Ahora estaba doblemente asustada. Le gustaba caminar, no quería dejar de hacerlo nunca jamás.
De pronto todas esas mariposas en el estómago se volvieron espinas, y esta vez sintió que podría devolver más bien por miedo. ¿Qué sucedía? Solamente había querido ir a verle porque le extrañaba demasiado. Apretó los ojos negándose a escuchar que todas esas cosas salían de la boca del mismo "amigo" que le había cuidado desde que ella era incluso más chica que ahora. Era cierto que solía ser frío, pero nunca tan cruel como estaba siendo ahora. —...Shea... —Susurró cuando este terminó al fin de partirle el corazón, llevando sus manos a su pecho mientras miraba como le dedicaba una última mirada más bien repulsiva. —... Sí... me portaré bien. —Jadeó sin aire, tratando de secar un poco sus lagrimas incluso antes de que se desbordasen.
Y de pronto ya no estaba. La sala se quedó en silencio por unos instantes, donde los sollozos discretos de la señorita eran lo único que rompía el ambiente, y lo hacía mil veces más incómodo. El soldado curvó las cejas. No podía creerlo realmente, pero se sentía mal por la pobre chiquilla. Es decir, obviamente era cierto que había sido muy caprichosa y que merecía ese regaño, y sin embargo, después de ver lo ansiosa y lo feliz que se veía esperándolo, incluso llegaba a sentir empatía por ella. El hombre aclaró su garganta para intentar abrir una conversación, no obstante no supo que decir. "Vamos a donde nos han indicado." Dijo tratando de hacerlos sonar lo menos incómodo posible. Marbella cabizbaja, simplemente asintió sin decir nada.
El muchacho le cargó igual que lo hizo cuando recién habían llegado al hospital, para que la niña no tuviese que apoyar el pie mucho más de lo necesario. Marbella escondió el rostro en el hombro del incómodo soldado y este simplemente suspiró al sentir como se humedecía por el llanto de la pobre niña mimada. Salió de ahí mientras todos sus compañeros afuera parecían igual de incómodos, pues todo lo que Shea había dicho se había escuchado por toda la recepción.
Una vez en la habitación indicada la dejó sentada en la cama. La situación seguía igual de densa y él sentía que sobraba, pero no sabía si era peor irse o quedarse. "Em... qué bonito vestido." —Gracias. —Susurró algo apagada. —...Una vez le pregunté a Shea si le gustaba y dijo que me quedaba adecuado, así que... creo que este le gusta. —Sonrió apenas, tratando de secarse un poco sus húmedas mejillas.
—Marbella.
Marbella Greice
Re: Insistente. —Privado Shea.
¿Culpable? ¿Él? ¿Por qué rayos debería sentirse culpable? Sí, no había ningún motivo. Ninguno aparte de la aterrada expresión de cachorrillo degollado que había ido poniendo la menor a medida que lo escuchaba. Ugh, siempre hacía lo mismo. Enfurecía y la regañaba con todo, porque esa era su forma de ser, pero olvidaba el detalle que, luego de hacerlo tenía que soportar esos grandes osos encharcados y es mirada cabizbaja. Lo odiaba. Tanto asi que ahora estaba incluso de peor humor, ya no por la joven, sino por su propia irracionalidad. Sí, bien, bien, es cierto ¡Ella era una niña malcriada e irresponsable, incluso temeraria! ¡E indudablemente era una idiota cabeza hueca! Pero la conocía desde que llevaba pañales y debía decir, estaba acostumbrado a todo eso. Pero, era precisamente porque la conocía que sabía mejor que nadie lo mucho que se metía en líos; tan rápido como sus ojos parecían llenarse de estrellas cada vez que sus miradas se encontraban. No podía comprender que era lo que esa pequeña niña adoraba tanto en su persona; él mismo no podía pensar en sí mismo como en nada más que un médico gruñón y poco sociable. No era que se sintiera acomplejado por lo mismo, realmente, le agradaba ser de ese modo o como mínimo, por decirlo de otra forma, le era práctico; él adoraba lo práctico. Pero bueno, la cuestión aquí es que, al fin y al cabo, se había enojado tanto porque esa bola de felicidad andante había cometido una imprudencia ¡Y todo por una razón de lo más estúpida! Y él, evidentemente, se preocupaba. Porque esta vez era esa herida en el pie. Pero otra vez podría ser algo peor. Era por eso que había estado tan en contra sobre la decisión de la joven de volverse una guerrera. Para él, quien no podía verla más que como una energética e idiota chica de cuerpo diminuto y frágil, la simple idea de que un dia pudiera encontrarse siquiera con la mínima posibilidad de tener que luchar o arriesgarse para defender a otros, era simplemente irracional. Irracional y angustiante.
Y asi fue como en un descuido, la abuelita que tenía delante le tocó la frente, temblorosa y arrugada como una pasa- ¿Se encuentra bien joven? ¿Debería llamar a un doctor? -La mujer estaba tan delirante que apenas y podía ver que él era uno- ...No, gracias señora ¿Por qué mejor no me dice cómo se encuentra hoy? ¿Ha descansado bien esta noche? ¿Cómo va su dolor de espalda? -La mujer rió- Con tantas preguntas incluso parece un médico. Aunque... viéndolo de cerca se parece bastante al Dr. Shea... ¿No será usted su hermano menor? -El hombre suspiró, aguantándose una pequeña risa- No, señora Aridel, yo soy el Dr. Shea... -La mujer ajustó tanto los ojos que parecían un par de diminutas almendras- Ohjojojo~ Dr. Shea, ¿Hoy no lleva sus gafas? ¡Con razón no podía reconocerlo! -El rubio se acomodó las gafas y soltó un largo suspiro; esto llevaría un rato.
Para cuando quiso darse cuenta esa mujer ya había acabado con más de 1 hora de su ocupada vida laboral. Salió de esa habitación rascándose la nuca con un ligera cansancio y soltó otro suspiro. Una vez estuvo frente la puerta 410 su mano se posó en el pomo de la misma, sin embargo, no la abrió, simplemente se quedó mirándola fijamente. Ahhh, realmente no quería entrar ¿Qué tal si seguía llorosa y decaída? Sentiría un pinchazo en el pecho, estaba seguro. Era doctor, pero no podía curar ese tipo de males; eran los que más detestaba- La próxima vez te lo pensarás dos veces. -Se regañó, más con un hilo de voz que sólo podría haber escuchado él mismo. Y entonces abrió la puerta. La abrió y su rostro se mostró tan serio como siempre, sin un ápice de culpa, vergüenza o complicidad. Así era él, al fin y al cabo. Sus ojos fulminaron al guardia que había parado al lado de la joven y sin más tocó su hombro- Puedes ir a descansar mientras la trato, debes estar agotado de aguantar a este jovencita todo este rato. -El hombre, que parecía incómodo por el ambiente, no dudó ni un segundo en hacerle caso y retirarse, no sin antes despedirse como era debido de su compañera.
Ahora ambos estaban solos y el mayor, ya ha este punto más relajado por encontrarse sólo con ella, lanzó un largo suspiró al aire y se arrodilló- Muéstrame ese pie, anda -Sus palabras sonaban secas, como de costumbre, pero su tono era ligeramente más amable- Marbella Grace ¿Eres incapaz de velar por tu propia seguridad? -Cuestionó, mientras observaba lo horrible que se encontraba la herida, frunciendo el ceño- ¿Quien querrá casarse con una mujer que no hace más que meterse en líos? Ahh, en serio. -Eso era lo más similar a una broma que un hombre como él podía llegar a hacer- La proxima vez, deja que alguien más te cure y ven a visitarme. Tráeme algo de comer o... yo que sé, simplemente presume de tu nuevo vestido, como siempre haces... Pero ven caminando con tus propios pies... Y no hagas que me preocupe de más. -Se acomodó los anteojos- Tengo una vida realmente ajetreada ¿Sabes? Deberías ser más compasiva con esta vieja águila.
—Shea.
Shea O'Sullivan
Re: Insistente. —Privado Shea.
Arrugó entre sus manitas delicadas como el cristal aquel "bello vestido" del que el soldado hablaba, con la vista tan baja que era la tela del mismo la única visión que sus encharcados ojos encontraban. Cada vez que parpadeaba un par de gigantescos gotones de agua salada se escurrían hacia sus pestañas, y cuando se acumulaban lo suficiente y eran muy pesados se escurrían y soltaban hasta caer en su vestido, haciéndolo ver más oscuro. Rápidamente la niña usaba los dedos para intentar secarlo, pero estaba fuera de su alcance el seguir empapando sus ropas.
El soldado bajaba el rostro hasta encontrar sus rizos esconder su rostro, entreabriendo los labios deseando poder encontrar algo que aliviase su pena. Ella era quizá, malcriada, errante e imprudente, no obstante era buena, pura y más clara que el agua más virgen de un manantial aún sin conocer. Ella deseaba el bien, deseaba amor y sólo amor. Ella, sobre todo, no merecía llorar jamás. Eso pensaba. Un nudo en la garganta se atoraba al verle en pena, aunque todo lo que el doctor haya dicho fuese cierto.
Él tomó aire, y ella igual. Ambos tan profundamente que incluso llegaron a escucharse mutuamente. Por esa razón alzaron el rostro hasta encontrarse, y ella, cuyos grandes ojos castaños parecían sumergidos en el fondo de un lago, soltó un espasmo de esos involuntarios que uno generalmente tiene cuando llora, que te obliga a tomar aire de la nariz de forma sonora y fugaz.
—Dime, ¿por qué has venido hasta aquí? —Se atrevió a preguntar. Y es que, ¿quién viajaría tanto con la ilusión de encontrarse con un ser tan gruñón como él? Ella sonrió. Suave, pero sonrió. Ella misma nunca lo había pensado, pero probablemente para cualquier otro era clara la atracción que poseía esa chiquilla hacia aquella águila gruñona. Muchos no llegaban a comprender lo que tan maravilloso veía ella en él.
—El doctor Shea siempre me ha curado desde que yo era apenas una pequeña bebé. —Admitió pasándose el dorso de una mano por las mejillas en un intento de secarlas. —Siempre ha sido tan bueno conmigo. —Cosa que el soldado no parecía poder creer ni un poco. —Él es mi mejor amigo. Es muy listo y siempre ayuda a las personas con sus poderes de medicina. —Les llamaba poderes porque para ella parecían simplemente magia. —Yo estoy… segura de ser capaz de recordar sus manos sostenerme cuando apenas era una recién nacida. Él suele decir que no es posible que recuerde algo como eso, pero tengo sensación de hacerlo. Desde entonces siempre ha estado al pendiente de mi. Cuida que no me enferme y aún así me cura cuando lo hago.
El soldado se compadecía de la pobre, que sin duda era tan ingenua. Se preguntaba sinceramente si Shea comprendía aquello que era obvio y que aún así la misma Marbella no notaba por ser tan pura e inocente. ¿Podría un doctor tan cruel y frío como él ser capaz de seguir alimentando aquello que claramente ella tenía por él? El sabía que no. ¿Cuándo le rompería el corazón? Suspiró por la nariz, en silencio. Pobre mujer tonta.
A pesar de todo ella parecía ya un poco de mejor humor, y el doctor no tardó mucho más en aparecer por la puerta. Un sólo instante ella sintió temor, y sintiendo el aire ser tragado permaneció callada y bajó el rostro para nuevamente refugiarlo en su espesa melena. Ahí dentro se dedicó a tallarse los ojos para secarlos por completo, y salió de ahí. Se despidió del compañero que salió a toda prisa, y se quedaron solos.
Talló y frotó sus dedos entre sí. Esos segundos parecieron años. Callados un sólo instante en que los ojos mojados de la niña intentaban fingir no estar sentidos, sin éxito. Aún así la ingenua niña creía que estaba haciendo un buen trabajo ocultando que aún ahora quería seguir llorando. Le siguió la mirada hasta encontrarle arrodillado y sus manos se recargaron en la orilla de la camilla apretándola con su diminuta fuerza. Su pie se alzó ante la señal que dio. Aún así su poca fuerza de voluntad se dobló junto con esa expresión lastimosa en el rostro y esos ojos de cachorro herido. —Es que… yo quería que fuese usted… —Quien le curase, se refería. Chilló incapaz de poder detenerse, curvando la espalda y jadeando mientras sus rizos se volvían ahora cortinas a los lados del doctor, que se arrodillaba frente a ella. Apretó los ojos y los cubrió con sus manos como un niño que sabe que es culpable de lo que hace.
Su pie temblaba un poco, y ella temía mucho lo que el doctor le había dicho antes de irse. Perder un pie era para ella algo que definitivamente le causaba horror, y él lo había dicho de un modo tan serio.
—Marbella.
Marbella Greice
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